La ciudad amurallada hay que recorrerla de dos formas. La primera, siguiendo el trazado de sus baluartes y lienzos de muralla, para admirar la vasta obra arquitectónica que compone la fortaleza del siglo XVI. Es un paseo abierto, que sobrevuela la ciudad, el puerto y la costa más inmediata. Sin embargo, resulta imprescindible perderse también por los callejones y las pequeñas plazas que ascienden y descienden por el interior de las murallas. Siguen el trazado anárquico y serpenteante propio de un barrio medieval que se arremolina en la ladera de un monte, con sus pasadizos y escalones.
La ruta empieza por la Plaça de Vila, la mayor zona abierta del interior del barrio fortificado, conectada con el Portal de ses Taules a través del patio de armas conocido popularmente como el Rastrillo. Esta plaza, tranquila y solitaria en invierno, transmuta en verano en un espacio alegre e iluminado, repleto de terrazas, restaurantes, boutiques y galerías de arte.
Al atravesar la Plaça de Vila, se puede continuar por las estrechas callejuelas del fondo, Santa Creu y Sant Antoni, hasta alcanzar la Plaça del Sol. Desde ahí, hay que subir la larga escalinata del Carrer des Portal Nou, y llegar al Carrer de Sant Josep. Ahí aguardan dos torres de planta cuadrada de la vieja muralla medieval, que, pese a haberse mimetizado con los edificios, se distinguen perfectamente.
La calle desemboca en la iglesia de l’Hospitalet. Desde ahí se sube otra escalera que desemboca en el Carrer de Joan Roman, uno de los principales de Dalt Vila. En la esquina, el antiguo seminario. Al continuar el ascenso, al fondo, se observa la iglesia-convento de Sant Cristòfol, edificio encalado, y un poco más arriba la capilla de Sant Ciriac, el Museo Puget –ya en el Carrer Major–, la puerta medieval de sa Portella y el Centre d’Interpretació Madina Yabisa. Por el trayecto, múltiples casas palaciegas de la clase alta de la ciudad. Al final se arriba a la Plaça de la Catedral donde, además del templo y su Museo Diocesano, esperan La Cúria, el Palacio Episcopal, la Capella del Salvador, la antigua sede de la Universitat y el lateral de es Castell, con la escalera contemporánea que concibió el arquitecto Elías Torres.
El descenso se realizaría siguiendo el mismo recorrido, sin desviarnos de la ruta principal al pasar junto a l’Hospitalet y el antiguo seminario. Así se alcanzan Can Botino –actual sede de la Alcaldía– y el convento de los Dominicos, con su mirador protagonizado por la reproducción de la tumba del arzobispo Guillem de Montgrí, conquistador de Eivissa en el siglo XIII. La última parada, tras dejar atrás la iglesia de Santo Domingo, está en los jardines del Carrer de sa Carrossa, donde se halla otra estatua de bronce sentada en un banco. Es el religioso y escritor Isidor Macabich, que fue el más importante historiador de la isla durante la primera mitad del siglo XX. La bajada concluye en la Plaça de Vila, donde arrancó el paseo.